Hoy, que soy de aceite, Santiago es un gran cubo de agua
Hoy, que soy de aceite, Santiago es un gran cubo de agua
De cuando fue desierto, recuerdo la sed
La ciudad indolente a la que quiero conmover
Pocas calles reconocerían mis pasos, qué muralla recogería mi sombra, si nunca he alcanzado a caminar a la vera del notorio río, o extraviado en el mercado del centro. Apenas el tímido flirteo con el parque forestal y los paseos contiguos, coquetos, inasibles. Los ojos que en un instante se pasman ante la extensa montaña, zozobran luego en los vagones del metro. Destilo en Santiago como relente en la hora quieta.
El fantasma en la ciudad
Diría que a mi llegada me convertí en fantasma. La primera noche, mi vestimenta se había tornado blanca y solo absorbía los colores de alrededor. No recuerdo el momento en que se transparentó definitivamente. Siguió la desaparición de los pies, total no iba a caminar sino trasladarme en auto. Mi voz comenzó a flaquear y solo emitía un poh cada cierto tiempo. Finalmente callé, aunque de vez en cuando escucho el quejido de mi corazón solitario.