viernes, 15 de junio de 2007

Anastasia después de la lluvia

Ya se ha evaporado casi toda el agua que ha caido en estos dos tristemente encantadores días de lluvia. Disfruto el breve momento -después que escampa- en que puedo mirar claramente a la cordillera nevada, imponente, altiva. Eso dura poco porque el aire vuelve luego a ser presa de la contaminación. El invierno en esta ciudad es gracias a ello insoportable: maldito esmog. Mientras hiela afuera, estaba tratando de conectarme con este blog, para empezar a editarlo. Por Dios qué me cuesta hacerlo. Y cuando finalmente me enfrento a la pantalla, ya se me ha olvidado lo que tenía que decir. Estaba tan concentrada en tratar de entrar a este asunto (y tan frustrada de no poder hacerlo) que debo alzar la voz. ¿Cómo lo hago?
Aprovechemos, sin embargo.
Es una pena no poder compartir el paisaje y sus evocaciones con los míos más cercanos. Bueno, está Alfredo y Laurita y Pedrito y acaso podía haberlos llevado a ver la nieve que seguramente ha caido en el camino Juan Pablo II. Pero como se prevé que caerá una nueva nevada (o helá como dicen aqui) esta noche, podremos ir mañana. Será muy entretenido y así no se quedarán en casa, dando impresión a mi suegra que están aquí, encerrados y aislados de todo el mundo. Esa es una batalla constante, que en ocasiones remite y a veces estalla. No es un tira y afloja, sino un camino pedregoso, que puede ser llevadero a ratos, si encuentras un ritmo para caminar pero que decae fácilmente y te puedes doblar los tobillos. Por ahora, ella y yo, estamos en remisión y es porque yo estoy en retirada. No quiero más. Siento que tengo mucha pena y mucha soledad como para sentir que ella no me comprende. A veces me parece que me encuentro en el callejón de los amores no correspondidos.

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