Este era el bichito que aquí se llama chinita y allí mariquita y más allá catarina, y que estaba saltando a la cuerda mientras un par de grillitos cantaban saludando la mañana. La primavera todavía no había brotado en todo su esplendor y el rocío no se había evaporado. La chinita pobrecita resbaló y quedó de espaldas mirando al tímido sol. El cantó cesó y los grillos saltaron para ayudar. Despacito llegó el caracol. Dieron vuelta a la chinita y se dieron cuenta que se había roto un alita, justo en medio del puntito negro coqueto que le daba distinción. ¡Qué no se enterara la chinita! Te ves bien pero tienes que hacer reposo, le dijo la enfermera. Era una babosa que con su baba le pegó el alita y el puntito volvió a verse coqueto. La chinita era valiente y no lloró. Pasaron muchas horas que a ella le parecieron varios días y la noche se hizo. Quietecita se quedó bajo las hojas generosas de un botón de oro, cuya tímida flor no se animaba a abrirse. A la chinita, la noche le pareció demasiado oscura, el cielo demasiado lejano y la brisa demasiado fría. Cerró los ojitos y trató de dormir pero habían muchos grillos cantando. Como no tuvo opción, tarareó la melodía hasta que pudo descansar. Solo despertó cuando los rayos del sol acariciaban sus alitas. Sintió alivio. Parece que la baba había pegado finalmente todo. Dudosa movió un ala, la buena. No pasó nada. Frunció la rara carita y movió el ala dañada. No pasó nada. La movió de nuevo. No pasó nada. Caminó dos pasitos y se encontró con la buena babosa que la había atendido. Se arrastraba de vuelta hacia su casa para dormir. Pero la revisó. Y le dijo, ya puedes seguir saltando. No, dijo la chinita, esperaré a que el rocío se evapore y volveré a saltar.
miércoles, 17 de junio de 2009
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